(Junior calentándose junto a la estufa de infrarrojos)
El pasado mes de noviembre Junior cumplió un año de vida. Esta chiquitina se ha abierto un hueco en mi vida, la quiero mucho, más de lo que nunca supuse que podría querer a un pájaro. Nació en casa, se acostumbró a descansar encima de mi mano, y es la más limpia de las tres. Ya de pollito, cuando no tenía aún las plumas, sacaba el culito fuera del nido y dejaba caer los excrementos; cuando ahora está encima de mí, durmiendo la siesta, procura aguantarse las ganas. No se asusta si le acaricio la cabeza (Walter no lo soporta, y Amélie lo tolera, pero sin ganas). Le gusta que le rasque el cuello, todo alrededor, y corresponde picoteando mis dedos. Me sigue emocionando que se duerma sobre mi mano, las tórtolas no tienen un sueño profundo, duermen con un ojo abierto... pero cuando Junior duerme encima de mí sí se confía por completo, es como si dijera "yo no vigilo, estoy sobre ti, el problema es tuyo". Esa confianza, ese abandono, me conmueven mucho. Es más pequeña que su mamá, y mucho más que su papá. He aprendido a entender todos sus sonidos, el que más me gusta es el "ronroneo" (no se me ocurre una palabra mejor) que hace cuando está sobre mi hombro, porque es un sonido claramente de amor. Por las noches, cuando estoy en el ordenador, viene volando y se pone en mi hombro, como quien cumple un horario por deber. Cuánto la quiero.