Amélie y Walter preparando el nido para sus hijitos
En la granja escuela de mi primo Julio, donde pasaron unos días este verano Walter, Amélie y Junior, hay ya un par de tórtolas domésticas, de coloración parecida a la de Amélie. Cuando Julio vio el trato que tengo con mis tórtolas, que se dejan acariciar, van a la mano, etc., me dijo que eso sería ideal para los niños, porque sus tórtolas no tienen esa accesibilidad. Especialmente Junior es absolutamente dócil, y no intenta escaparse si le haces una caricia, lo cual se explica porque desde que era pollito, antes de tener sus plumas, ya andábamos con él en la mano, así que para él el contacto humano es sinónimo de seguridad.
El caso es que, para corresponder al favor de haberse quedado con las tórtolas tres semanas, le prometí criar un par de ellas, tenerlas en casa el tiempo suficiente para que se acostumbraran al contacto humano, y luego dárselas. Hace un par de semanas, en la última puesta, le permitimos a Amélie quedarse con sus huevos sin sustituirlos por otros no fecundados.
Lo primero que tengo llama la atención es que el comportamiento de Walter y Amélie ha sido un poco diferente en esta ocasión; coincide en que se turnan rigurosamente en el empolle de los huevos (Amélie pasa la noche sobre ellos, sobre las doce de la mañana Walter la releva, y más o menos a las cinco de la tarde vuelven a cambiar, así que, en realidad, Amélie empolla diecinueve horas y Walter solo cinco); pero, lo que ha cambiado, es su empeño por acomodar el nido, incorporando hojas de las plantas que andan por casa, papelitos, y un sinfín de objetos que tenemos que supervisar, porque a veces son peligrosos (trozos de alambre, tornillos...), o importantes (billetes de metro en vigor). De algún modo ellos saben que los pollitos se acercan, tal vez por que vibren, o por la temperatura, pero no cabe duda de que este empolle ha sido distinto de los anteriores, que no eran viables.
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